Pasó un nueva edición de la Radikal MarBrava. Y siguen siendo válidas la hagiografía y la epopeya que escribí en 2016.

Salvo que este año hubo muchas olas a la vuelta (no grandes, como medio metro; pero irregulares y muy, muy incómodas de nadar). Y que esta vez asaltamos las Formigues de verdad (hasta ahora se daba la vuelta nada más llegar, ayer nadamos a lo largo de toda su longitud). Y que hubo una versión 3.5 (te llevaban en barco hasta las Formigues, y volvías con la marea dorada hasta Llafranc). Y que en la bolsa del nadador no había una de esas sudaderas tan molonas que suele: «solo» una magnífica boya. Y que en 2018 ha sido la edición X (esto es, diez, no porno – lo siento por el click bait del título).

Y algo hemos aprendido en diez años. O más bien ocho: los dos primeros, no la conocía. En 2010 se suspendió, y allí estaba yo, haciendo mis pinitos en aguas abiertas, un domingo por la mañana en la playa del Port Bo, mirando un mar bravo de verdad que no nos dejó nadar. Fue la segunda lección: la seguridad es lo primero. (Y primero habíamos tenido la lección básica: el hombre propone, y el mar dispone.)
Muchas clases nos las han dado los veteranos, los que saben más que nosotros, los entrenadores; otras han sido a base de hostias: la letra con sangre entra; y el mar es un maestro inflexible. Aunque a veces es uno mismo el que se boicotea: durmiendo poco, bebiendo mucho; comiendo mal; dejando que las preocupaciones se interpongan entre tú y la meta. Pero ¿por qué nado, si no es para disfrutar del agua, dejando los problemas enterrados en la arena? A la vuelta seguirán allí, qué menos que olvidarlos, ni que sea por un rato. (Y a veces ocurre que una ola arrastre alguno de ellos mar adentro; o que haya llegado a la arena un madero a la deriva, que lleva grabadas las instrucciones para solucionarlo.)
Tantos años, tantas cosas aprendidas.
Que a veces la cabeza tira tanto o mas que los brazos. Que si la cabeza no quiere, no tiras (esto lo aprendí por las malas en una Oncoswim). Y que por mucho que la cabeza quiera, por motivado que estés, si no entrenas, pinchas.
Que los que entrenan más, o mejor, mejoran. Ver como los amigos lo hacen, y alegrarte por ellos cuando consiguen sus objetivos.
Cómo dominar los nervios de la mañana, o más bien saber que no, no puedes dominarlos: solo sobrellevarlos un par de horas. Y qué rutina es la que te hace sentir mejor: llegar con tiempo; pasear por la playa aún vacía; escrutar el mar como si fuera una bola de cristal. ¿Qué me espera hoy? ¿Lo haré bien? ¿Tengo una táctica? Visualizo el recorrido. Qué cerca se ven las Formigues desde aquí… Su faro aún iluminado y ese pesquero que pasa frente a ellas y la silueta de las gaviotas en la luz del alba y perderte en tus pensamientos…
Y el barullo de nadadores y acompañantes llenando las terrazas del paseo te obliga a centrarte de nuevo, repasar otras lecciones.
Qué desayunar; y sobre todo qué no. Si necesitas avituallarte a mitad de la travesía, y qué tomarás si lo haces.
Que las travesías no son solo nadar: también ver a los amigos, hablar con ellos de lo humano y lo divino, pasarlo bien. Que se preocupen de dónde vas a dormir, cómo que vas a volver a Barcelona y subir de nuevo mañana, y que alguno te acoja en su casa. Recordar a los que no están, a los que no verás más, despedirlos como se merecen, aunque sea triste. El agua salada cura tantas cosas.
Que hay que ser valiente, pero no inconsciente. Cuántas veces te tiras a la piscina y está vacía…
Que puedes confiar en los kayakistas, en las barcas de seguridad, en los Angel Swimmers. Y que nunca les agradecemos lo suficiente, ni como es debido, su trabajo.
Que hay que saber valorar el trabajo de los voluntarios. Y el de la organización: notando su amor por la natación, por este trocito de costa. Sus ganas de que seamos nosotros los que lo pasemos bien; y de aprender, ellos también, para mejorar de año en año. Con sus claroscuros, por supuesto, ninguno somos perfecto (¿para cuándo la clasificación separada para los que nadamos en desventaja sin neopreno?).
Un año más. Aprendiendo de los malos momentos, ya pasarán. Disfrutando a tope de los buenos, cada uno es único. También en la Radikal.

Terminaré con una galería de imágenes tomadas durante la travesía; todas, por el autor.
(En este enlace puedes ver unas cuantas fotos adicionales, hechas por Óscar Aldama, amigo de un amigo (¡lo que no quita que las fotos sean buenas!). Además se ha currado un vídeo de los relevos del viernes, de lo más chulo:)
(También puedes releer la crónica de la travesía de 2017, aquí.)
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Genial Bruno!, lo hemos vivido tal cual lo cuentas!
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Gracias Jorge! 1400 historias diferentes en la Radikal, seguro que algunas se parecen a esta…
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Muy bonito. Me encanta!
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Muchas gracias Amalia! Me alegra que te guste.
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