Imagina un arenal gigante: 50 km de playa con unas pocas rocas desperdigadas, lanzadas al azar. Imagina construir media docena de puertos deportivos que le den visos de civilización; puertos donde la gente de dinero pueda aparcar sus barcos, de lunes a sábado. Barcos que cuestan ― algunos, imagina ― lo que un coche de gama alta, lo que un piso en el centro, lo que un chalet con piscina.

Imagina que, perdidos en los albores del tiempo, unos patriarcas consiguieron encajonar un trozo de playa entre dos pequeños espigones de piedras, y construyeron allí su fortaleza, aislándose de la plebe.

Imagina que entras en esa Gattaca novecentista. La puerta se abre a una coqueta terraza sobre la playa ya-no-tan-privada. Por debajo, un pasillo bordea la piscina; a la izquierda una hilera de puertas de madera azul que marcan el paso hasta llegar, bien al fondo, a los vestuarios.

Gattaca.

Imagínate dentro: están limpios, una luz tenue los ilumina desde el techo. Hay un objeto cromado, brillante: un grifo. Lo abres, sale agua. Te lavas las manos (¡con jabón!). Imagina.

Te pones un mono negro ajustado, podría ser el traje espacial de Jubal Early. Pero te miras al espejo y te ves más como el enésimo miembro de la Patrulla-X.

Haces unos largos en la piscina para calentar. Luego sales al mar, ahí al lado. Esta limpio, transparente. Tal vez haya alguna medusa, pero no bacterias vacilonas ni parásitos peleones ni vertidos químicos.

Nadas 4 kilómetros, gloriosos.

Imagina que vuelves al vestuario y te duchas, con agua caliente.

Pura ciencia ficción. Todo.

Salida.

O tal vez no. Tal vez pasó de verdad en las playas del Maresme ― entre el Besós y el Tordera ―; en el Club Nàutic Vilassar de Mar, donde un triunvirato (Club, Ayuntamiento, y la ONG Aigua Solidària) organizó su Tercera Travesía Solidaria. La travesía se resume rápido: tres boyas marcaban un circuito de ida y vuelta frente a las playas de Vilassar, con salida y llegada en el Club Nàutic, que además cedía sus instalaciones para que pudiésemos usar los vestuarios. Cerca de doscientos nadadores aprovechamos el ambiente festivo, el mar cálido y calmado, limpísimo. ¡Sí que parecía ficción! El Sol no se lo quiso perder tampoco y nos acompañó toda la mañana. No importaba si había que nadar uno o cuatro kilómetros; ni tu nivel o tu velocidad; estar allí era lo importante, y aportar.

Llegada.

Esto fue justo hace un año.

Las carpas de la organización, con el arco de salida/meta al fondo.
Preparando la salida.

Ahora, o más bien el próximo 1 de octubre, vuelven a organizar una nueva edición de esta travesía. ¿Te animas?

Saliendo.
¡Media vuelta!
Llegando.

El mundo real, en cifras

Hasta aquí, un cuento. «Basado en hechos reales», que se dice. Pero ciencia ficción para más de dos mil millones de personas (sí, 2.300.000.000 personas) que no tienen un grifo en casa, ni una fuente en la plaza del pueblo. Y, de ellos, una tercera parte (844.000.000 personas; esto equivale a toda la población del primer mundo: UE, EEUU/Canadá, Australia/Nueva Zelanda), no solo no tienen un súper en la esquina donde comprar una garrafa a precios desorbitados, sino que tienen que caminar varios kilómetros para llegar a un pozo.

Las cifras son espeluznantes. El acceso al agua potable está en el número 6 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas. Para mí debería ser el número 1.

Toda la recaudación de la travesía de 2021 (6.066 euros) se usó para ayudar a financiar un pequeño embalse de agua en el poblado indio de D.K Thanda (en la región de Kalyandurg, estado de Andrah Pradesh, al sur de la India).

Algunos de los patrocinadores.

En zonas tropicales como Kalyandurg, sujetas a estaciones de lluvias (lluvias torrenciales unos meses, sequía el resto), no tener cerca agua potable es una tragedia que afecta a la vida de la gente que vive allí en muchos aspectos, que se retroalimentan. Por eso es importante la creación de pequeños embalses en comunidades rurales, para la captación y almacenamiento de agua de lluvia ― proyectos básicos en los que hacen hincapié la Fundación Vicente Ferrer, Aigua Solidària y otras ONGs. Tener uno de estos embalses genera una serie de efectos positivos en cascada, nunca mejor dicho:

  • El agua embalsada recarga los acuíferos por infiltración
  • Los usuarios de los pozos circundantes son los primeros beneficiados (con acuíferos sobreexplotados, si estos no se recargan los pozos se secan)
  • El ganado también se beneficia, al poder los animales beber agua directamente del embalse (sin agua potable no se pueden tener animales, que son el medio de subsistencia de muchas familias)
  • Teniendo agua para regar y vivir, y ganado, los productores aumentarán sus ingresos
  • Tener más ingresos (o simplemente tenerlos) les permite permanecer en su tierra, enraizarse en su cultura y poder escolarizar a los niños
  • Las mujeres, liberadas de la necesidad de ir a buscar agua en la época de los pozos secos, pueden dedicar más tiempo a su formación, y a trabajos de vertebración de la comunidad

En fin, la inscripción a la travesía es un donativo mínimo de 15 euros, que irá íntegro a un proyecto de Aigua Solidària con FVF ― y seguro que harán buen uso de él. En este 2022, el proyecto es la formación como enfermeras de chicas de castas bajas en el hospital Bathapalli en Andrah Pradesh, de manera que se pueda reforzar la atención sanitaria en la zona.

Puedes hacer la inscripción aquí, y visitar las webs de Aigua Solidària y de la FVF. Lee solo cinco minutos y no podrás no hacer un donativo.

(Imágenes por el autor, excepto donde se indique lo contrario.)



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